Entrega al César lo que es del César...
A veces, llegan a nuestra vida situaciones que se escapan de nuestro control. Cosas que aunque no nos afecten directamente, si lo hacen con aquellos a quienes amamos. Esto hace que en nuestro interior empiece a generarse el caos emocional de la preocupación, la impotencia y la incertidumbre. La rabia es tal vez la primera emoción que hace su aparición, seguida por la tristeza y, cerrando con broche de oro, el miedo, para convertir nuestro ser en un berenjenal de reacciones que no deseamos. Nuestra mente no descansa, ni cuando tiene que hacerlo y se da inicio a una espiral sin fin que nos abruma.
Pero, supongamos que por un momento salimos de nuestro cansado cuerpo y nuestra agitada mente, y podemos ver aquel escenario… ¿Hemos resuelto algo? ¿Nuestras emociones caóticas han logrado resolver el problema?... NO, la respuesta es un tajante NO.
Y voy a decirte por qué. Porque todo aquel caos emocional y de pensamiento sólo nos limita, nos paraliza y funciona como un agujero negro que nos succiona hacia la tierra del autosabotaje. Lo que es más delicado aún es que no nos permite vivenciar, aprovechar, ni trabajar en el momento presente, por estar embebidos en lo que ha pasado a la gente que amamos y que nosotros no sabemos por qué tenía que suceder y se sale de nuestras manos mejorar. Nos preocupamos tanto, que nos quedamos bloqueados para la acción.
Sé que estás pensando que en aquel momento no estás para pensar y menos para hacer desdoblamientos y mirarte desde fuera de ti, pero por eso estás leyendo esto. Porque desde mi punto de vista y experiencia personal, si tienes las herramientas adecuadas, podrás asumir sólo lo que te compete y convertirte en un solucionador en vez de ser parte del problema.
Pregúntate:
La situación o el problema ¿a quién le está sucediendo?, ¿eres responsable de aquello que está sucediendo? (OJO, no estás preguntándote si te sientes responsable, lo que te preguntas es si realmente lo eres, o si esto que está sucediendo a aquel ser que amas o estimas es consecuencia de una decisión o una forma de actuar que esa persona eligió en un momento determinado de su vida).
Si la respuesta es SI, viene el difícil proceso de Reconocer – Asumir – Arreglar. Si no tiene arreglo, aprender del error y sobre todo, convertirlo en un motivo para hacer mejor las cosas en una próxima oportunidad, que siempre se presentará. No te agobies. Siempre llegan. Y en ese “gloricioso” día, haz como Alicia en el País de las Maravillas: Enfréntate con todo a tu mayor temor, sé valiente y pon tu historia y tu aprendizaje a trabajar para ti. El error que cometiste quedó en el pasado. Tu gran hazaña de valor es el presente.
Pero si la respuesta es NO, entrega a cada quien su responsabilidad. No asumas como propia aquella consecuencia que se ha dado por actos o decisiones que tomaron aquellos a quienes amas.
Separarte conscientemente es pues el primer paso, sea tu padre, tu madre, tu hermano, un amigo o tu pareja.
No obstante, suele suceder que la sola reflexión y conclusión de que no eres el responsable de lo que está pasando, no te quita la sensación de frustración y necesidad de ayudar que sientes. Pues bien, pregúntate: ¿Está realmente en tus manos hacer algo?
Sé sincero. Tienes la posibilidad de ayudar y no lo estás haciendo, o es que realmente se sale de tus manos, es imposible en este momento ayudar, ya sea porque tu situación actual es económicamente delicada, porque estás a muchos kilómetros de distancia, porque se trata de enfermedades o crisis inesperadas… Tantas situaciones, como seres humanos pueden presentarse.
Es cierto. Si. Vendrán a tu mente también tus culpas por las decisiones y acciones que en algún momento de tu vida debiste haber tomado y no lo hiciste. Te sientes negligente (del pasado), inepto (del pasado), tonto (del pasado) y así una larga lista de calificativos que vuelven a llevarte por la senda triste y amarga del autosabotaje. Mil veces vas y vuelves del pasado, autoflagelándote, culpándote por lo que pudo ser y no fue, por lo que pudiste haber hecho y no te atreviste o desaprovechaste.
Ahora resulta que la situación que no era tuya, que estaba afectando a un ser que amas, de repente te convierte en el acusado de tu propio juicio personal. De un momento a otro te convertiste en tu juez y dejaste de desear ayudar al otro, para dedicarte a hacerte daño. Entonces es cuando necesitas urgentemente darte cuenta que estás en las manos de nuestro más grande enemigo: EL EGO. Te ha atrapado y te tiene preso en su telaraña de culpas y recriminaciones. Ante este fiel enemigo recuerda:
¡No eres perfecto, ni quieres serlo!, ¡No has tenido siempre la experiencia, la madurez y el conocimiento necesarios para tomar las mejores decisiones!, ¡No tienes en tus manos, ni nadie, la respuesta para todos los enigmas de la vida! Y, lo más importante y difícil de asumir: EL OTRO ES OTRO QUE PIENSA, SIENTE Y ACTÚA DE MANERA DIFERENTE A TI.
Por lo tanto, permite que las personas asuman sus responsabilidades. Ayuda cuando puedas y si no puedes, acompaña, aconseja, incentiva. Y si te parece que no es suficiente, vuelve a hacerlo.
Si te preocupa lo que dirán por no darles lo que esperan de ti. Es tu ego que te está traicionando.
Si no te sacas de la cabeza que puedes hacer más. Es tu ego que te vuelca a buscar el reconocimiento.
Si crees que lo que tu das es mínimo al lado de lo que dan otros. Es tu ego buscando que crezca la semilla de la envidia en tu corazón.
Entrega al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No robes responsabilidades. No asumas la vida de los demás. Tienes la tuya propia y, en la medida que la vivas y la disfrutes, podrás dar lo mejor de ti al mundo. Sal de tu casa, respira, haz ejercicio, muévete, busca socializar, brinda tus más hermosas cualidades a quienes te rodean y así, verás, que las soluciones empiezan a aparecer en tu mente o en el ambiente.
Claudia