Martina, desde las entrañas...
Parada, frente al mar, con el cabello ondeando al viento, parece triste, preocupada, deseando de deshacerse de todo lo que su interior le grita. Está llena de rabia, de angustia, de desconcierto por el inesperado diagnóstico recibido en la consulta, una noticia que para ella significa quitarle parte de su feminidad, poner fin a sus soñadas ilusiones y a sus ocultos anhelos.
En estos momentos Martina sólo quiere entender por qué ahora, cuando empieza a ver logros en su insulsa vida, le ocurre ésto. En este tiempo ha conseguido más seguridad en ella misma, se ha reconciliado con sus demonios…, pero esta prueba la lleva a ser cómplice de los prejuicios, sus más viejos enemigos, disponiéndose a sentir y comportarse de la manera más demoledora, cayendo en sus antiguos hábitos de saboteo que le dicen que esforzarse no vale la pena, que no es lo suficientemente buena. Se compara con los demás y piensa si todo lo que ha alcanzado es una realidad o simplemente vive engañada.
Martina comienza a caminar por la tranquila orilla, con la intención de encontrar algo en lo que creer que le ayude a ser valiente y disipar sus miedos. Por un instante desea olvidarlo todo, imaginarse que todo es un sueño, pero su mente la devuelve a la realidad… y se pregunta ¿Qué hacer, cómo afrontar este reto?
La razón le dice que se puede cambiar, que la actitud frente a una situación se puede voltear, que los pensamientos negativos sólo la conducen al sufrimiento …, pero a pesar de todo ello no halla la voluntad necesaria para atreverse a dar el paso hacia el cambio. Sigue empeñada en no dejar la rebeldía de soltar lo que le hace daño, se regodea en el dolor, se acomoda en el victimismo, se apega al inconformismo por la historia que le ha tocado vivir y así, en esta encrucijada emocional de querer y no poder, se halla. Mientras los reflejos anaranjados del sol caen sobre el mar.
En su camino un sendero de huellas se dibujan en la blanca y fina arena, admira la belleza de la que está rodeada, la inmensidad del mar, la infinidad del cielo y allá en el horizonte, vislumbra un arco multicolor de tonos verde, amarillo, violeta… Es maravilloso. A Martina le parece una señal; lo quiere entender como una respuesta a tanta incertidumbre y, aunque con dolor, reconoce que de sus palabras, de su forma de actuar y de su comportamiento actual, sólo se desprende el gran desamor que siente por ella misma y por la vida.
Martina piensa en cuanto le gustaría que todo fuese distinto. En como le gustaría ser valiente para aprovechar las oportunidades que le pone delante la vida, en no doblegarse ante los miedos que se han incrustado en ella desde su niñez, en no anclarse en el pasado, confiada en expectativas ajenas, tantas y tantas cuestiones que no la dejan avanzar… Es entonces cuando una brisa la sorprende, acariciando su rostro - “¿pero, que estoy diciendo?” - se recrimina. -"Yo misma me estoy dando las esperadas respuestas, solo están en mí, tengo ante mis ojos la oportunidad perfecta para luchar por mí, para amarme, para apartar las dudas sobre mi valía, para perder el temor a amar y que me amen. ¡Que obstinada he sido!...". Martina mira al cielo rogando que la perdone y que la ilumine para tomar la decisión de creer, de tener confianza, de rechazar los malos pensamientos, de ser capaz de abrirse a nuevas posibilidades, no está dispuesta a perder un minuto más en compadecerse, en decir no puedo, en sentir lástima, en llorar antes de tiempo… Por fin ha encontrado el motivo para apropiarse de su vida, ir tras sus vivencias, no tener miedo a su soledad, enfrentar las frustraciones. Ese motivo no es más que ella misma, su propia Vida.
Y así, en medio de la reconfortante brisa traída por el atardecer, es como Martina se dispone a despojarse de todo lo inservible y abre los brazos a la aventura de vivir. Sabe sin embargo, que el camino seguirá siendo complejo y lleno de laberintos, pero ahora ya no quiere renunciar al sol.